La Batalla de Humaitá se llevó a cabo el 18 de febrero de 1868. Marcos Paz, vicepresidente de la República Argentina, había muerto en Buenos Aires por la epidemia de cólera que traída del frente de guerra, se propagó como una maldición durante el verano de 1867-68. La verdad es que los brasileños – dueños casi únicos de la guerra, pues solamente del Imperio llegaban refuerzos y armas – se pusieron serios con Mitre después del feo desastre de Tuyú-Cué y le impusieron volverse a Buenos Aires. Constitucionalmente no era necesaria su presencia, no obstante la muerte de Paz, porque el gabinete desempeñaba sus funciones (no había ley de acefalía) y faltaban escasamente ocho meses para la conclusión del período presidencial. Pero Brasil quería apresurar la conclusión de la guerra.
Alejado
Mitre (para no volver más), las perspectivas fueron más risueñas para Brasil:
Caxias volvió a tomar el mando en jefe. Tal vez no había leído a Federico II,
pero llevaba a Mitre la ventaja de ganar batallas.
Sin el
general en jefe todo resultaría fácil (como dice el dicho: cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta). El 19 de enero el almirante Inacio
fuerza el paso de Humaitá; el 24 dos monitores brasileños llegan hasta Asunción
y bombardean la capital paraguaya. Dominado el río por los brasileños, no le
era posible al mariscal mantener las fortificaciones de Humaitá y Curupaytí, y
el 10 de marzo hizo el repliegue del grueso de su ejército por el camino del
Chaco. Apenas dejó cuatro mil hombres de Humaitá para cubrir la retirada. En
canoas, chatas y jangadas, los diezmados paraguayos que han defendido hasta más
allá del heroísmo la línea de Curupaytí y Humaitá, cruzan el río Paraguay, y
por el Chaco toman rumbo norte: en Monte Lindo vuelven a atravesar el río y
acampan finalmente en San Fernando. Esa operación resulta un alarde de
conducción y valor: es todo un ejército con sus bagajes y armas, heridos y
enfermos, evacuando una posición comprometida y en presencia del enemigo. Dos
veces cruzaron el río sin que “la escuadra de Brasil se diera por enterada de
la doble y audaz maniobra”, dice Arturo Bray.
Los cambá |
El coronel
Martínez quedó en Humaitá como cebo para inmovilizar al ejército aliado. Pero
ya la fortaleza inexpugnable carecía de objeto. El julio recibe la orden de
abandonarla con sus pocos efectivos clavando los 180 cañones que no pueden
transportarse. Pero el impaciente mariscal Osorio quiere darse la satisfacción
de tomarla por las armas y ataca con 8.000 soldados. Martínez hará en Humaitá y
con Osorio la misma defensa de Díaz en Curupaytí y ante Mitre: lo deja acercar
hasta las primeras líneas y allí lo envuelve en la metralla de su fuego de artillería.
Muy cara pagaría Osorio la pretensión de entrar en Humaitá tras un ataque;
finalmente se vio obligado a desistir y ordenar la retirada. Fue Humaitá la
última gran victoria paraguaya. Pero más afortunado que Mitre, Osorio ha dado a
tiempo la orden de retirada y consigue salvar gran parte de sus efectivos.
Los cambá (negros brasileños) entrarían en Humaitá y en Curupaytí solamente después de que el último paraguayo las hubiera evacuado el 24 de julio. El 23 a la noche, Martínez ha hecho salir por el río a los efectivos postreros, hombres y mujeres. El 24 al amanecer los brasileños izan la bandera imperial en la ya legendaria fortaleza; poco antes lo habían hecho en Curupaytí. No es feliz la retirada de Martínez a través del Chaco. Los heroicos defensores de la fortaleza han debido sacrificarse para proteger el repliegue del grueso del ejército; van por el Chaco hostilizados por fuerzas muy superiores, ametrallados desde el río por la escuadra. Inácio y Osorio quisieran vengar en Martínez el respeto que le han tenido a Humaitá durante tres años. Finalmente la diezmada guarnición queda encerrada en Isla Poi; logra resistir durante diez días y debe rendirse agobiada por el hambre y el número. Se rinden así los últimos paraguayos que quedaban en ese teatro de guerra. Conmovido, el general Gelly y Obes, hace desfilar a los nuestros “ante los grandes héroes de la epopeya americana”. Hermoso ejemplo que nos debe llenar de orgullo.
Los cambá (negros brasileños) entrarían en Humaitá y en Curupaytí solamente después de que el último paraguayo las hubiera evacuado el 24 de julio. El 23 a la noche, Martínez ha hecho salir por el río a los efectivos postreros, hombres y mujeres. El 24 al amanecer los brasileños izan la bandera imperial en la ya legendaria fortaleza; poco antes lo habían hecho en Curupaytí. No es feliz la retirada de Martínez a través del Chaco. Los heroicos defensores de la fortaleza han debido sacrificarse para proteger el repliegue del grueso del ejército; van por el Chaco hostilizados por fuerzas muy superiores, ametrallados desde el río por la escuadra. Inácio y Osorio quisieran vengar en Martínez el respeto que le han tenido a Humaitá durante tres años. Finalmente la diezmada guarnición queda encerrada en Isla Poi; logra resistir durante diez días y debe rendirse agobiada por el hambre y el número. Se rinden así los últimos paraguayos que quedaban en ese teatro de guerra. Conmovido, el general Gelly y Obes, hace desfilar a los nuestros “ante los grandes héroes de la epopeya americana”. Hermoso ejemplo que nos debe llenar de orgullo.
Un paraguayo
no puede rendirse, aunque la inanición le impida moverse y la falta de
municiones no le permita contestar el fuego enemigo. Solano López, ya
convertido en el frenético “soldado de la gloria y el infortunio” que dice
Bray, es implacable con quienes no demuestran tener su mismo temple. Es
imposible ganar la guerra y no han sido prósperas las gestiones de una paz
honrosa. Por lo tanto el solo camino que queda a los paraguayos es la muerte;
dar al mundo una lección de coraje guaraní.
El coronel
Martínez se había conducido como un héroe en su defensa de Humaitá y en su
imposible retirada por el Chaco. Pero se había rendido. No importa que contara
con mil doscientos hombres y mujeres sin más uniforme que un calzón desgarrado,
un quepí, sin pólvora para su fusil de chispa, ni alimentos, frente a tropas
veinte veces superiores. Pero el mariscal se había rendido y eso no le era
permitido a un paraguayo: la palabra “rendición” había sido borrada del léxico.
López declara traidor al defensor de Humaitá.
Los tres
años de guerra injusta y desproporcionada han hecho del atildado Francisco
Solano una verdadera fiera: está resuelto a morir con su patria y no comprende
ni perdona otra conducta. Ni a sus amigos ni a sus jefes más capaces ni a su
misma madre y hermanos. Ante todo está Paraguay y por él sacrificará sus
afectos más caros. No es la suya una conducta “humanitaria”, seguro; pero López
no es en aquella agonía un ser humano sometido a la moral corriente. Es el
símbolo mismo de un Paraguay que quiere morir de pie; un jaguar de la selva
acosado sin tregua por sus batidores.
En esa última
etapa de la guerra nacerá la versión del monstruo, del tirano sanguinario, del
gran teratólogo, que alimentaría medio siglo de liberalismo paraguayo. Se le
imputaron hechos terribles y no todo fue leyenda urdida por el enemigo. Hay
cosas que estremecen, pero pongámonos en la tierra y en el tiempo para
juzgarlos; en ese Paraguay de fines de la guerra envuelto en un halo de
tragedia. Pensemos en los miles de paraguayos muertos en los combates por
defender su tierra o caídos de inanición o de peste en la retaguardia. Sólo así
puede juzgarse ese conductor que no puede perdonar a quienes manifiestan
flaqueza, hablen de rendirse o tengan simplemente otro pensamiento que no sea
morir en la guerra. Para comprenderlo hay que tener un corazón como el de los
paraguayos y un alma lacerada por la inminencia de la derrota de la patria.
Porque ocurrirán ahora cosas espantosas: el fusilamiento del obispo Palacios,
los azotes y el fusilamiento de la esposa de Martínez, la muerte de los
hermanos de López, acusados de conspiración; la prisión y los azotes de sus
hermanos y hasta de su misma madre. En la atmósfera de tragedia, se yergue la
figura del mariscal implacable, convencido de que a los paraguayos, con él a la
cabeza, sólo les queda disputar palmo a palmo el querido suelo o morir.
2 comentarios:
Hola Celeste! Paso rápido pero no podía dejar de decirte cuánto me emocionó el relato de tu entrada. Te felicito, está mucho más que bien contado. Saludos estimada y admirada señorita.
Hola Pablo! Como siempre, un alegrón cada visita tuya. Me encanta que te haya gustado. Muchísimas gracias por siempre compartir mis publicaciones. Un beso grande!
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