viernes, 18 de abril de 2014

"San Martín era masón, sabías??"

Hoy he escuchado esa frase más veces de las que se puede imaginar (es uno de los gajes del oficio...), y, en lo personal, es algo que me preocupa. Mucho se ha escrito ya sobre el supuesto "San Martín masón", están aquellos que lo afirman a ojos cerrados, y los que no se meten en el tema por no generar controversias.
Acabo de leer un artículo, en el que se transmite exactamente lo que yo pienso acerca de dicho asunto. La comparto con ustedes:

La verdad sobre San Martín y la Masonería. - Por Esteban D. Ocampo

Otro de los puntos que algunos intentan colocar como "oscuro" en la vida de nuestro Padre de la Patria es la afirmación que era masón.

Dice Roque Raúl Aragón en su trabajo "La política de San Martín":
"... En cuanto a los homenajes que pudo haber recibido San Martín de masones - y no en actos masónicos - Lazcano afirma que la Masonería no reserva sus homenajes para sus propios miembros. El más llamativo es una medalla acuñada por una logia de Bruselas, cuya inscripción es: "La Parfait Amitié Const.- A L´Or- de Bruxelles le 7 julliert 5807 au General San Martín, 3825". Como se ve, no se le da el tratamiento de "hermano" (H.:.) que, de serlo, le hubiera correspondido."

De igual forma se expresa Horacio Juan Cuccorese, en su trabajo "Historia de las ideas. La "Cuestión Religiosa". La religiosidad de Belgrano, y de San Martín. Controversia entre católicos, masones y liberales":
"...¿existe alguna prueba documental o testimonial reveladora de que San Martín haya aceptado una medalla masónica? ¿Existe constancia de la recepción solemne sobre la entrega de la medalla, discurso de Gran Maestre de la Logia y palabras de agradecimiento de San Martín? Nada. ¿Habrá tenido conocimiento San Martín de que se acuñó una medalla masónica en su honor? En la correspondencia sanmartiniana tampoco se encuentra nada..."

Añade el mismo autor en otro de sus trabajos, "San Martín, Catolicismo y Masonería...":
"...La leyenda masónica sanmartiniana nace como concepción mental en 1876. Es decir, veintiséis años después de la muerte de San Martín y diecinueve con posterioridad a la organización de la masonería argentina en Buenos Aires... El nacimiento real de la leyenda masónica sanmartiniana es de mayo de 1880..."

Por otro lado, dice el historiador español Vicente Rodríguez Casado en "Conversaciones de Historia de España":
"...Sobre la intervención de la masonería hay que tener en cuenta diversos hechos importantes. En primer término, el interés de los masones actuales de tener el mayor posible enlace histórico con las grandes personalidades del pasado. El único punto de apoyo que tenemos para saber, por ejemplo, que el famoso Conde de Aranda era masón, es precisamente el que cincuenta años después de su muerte, la masonería española conmemoró en una medalla tal hecho, sin que haya ningún otro documento que lo pueda atestiguar. Del mismo modo sucede, por ejemplo, con el General San Martín. Después de los estudios de Monseñor Navarro demostrando que la "Gran Reunión Americana no fue propiamente una logia" y los escritos de Pueyrredón y Bulnes en los que determinan el que la logia americana tampoco pueda incluirse en la organización masónica, difícilmente puede afirmarse el carácter masónico de San Martín, el general, que, por otra parte, castigaba en su ejército con pena de muerte la blasfemia..."

Sobre esa oración final, el religioso la pone como ejemplo, porque justamente la Masonería había sido condenada por el Papa Clemente XII mediante la Bula In Eminenti, del 4 de mayo de 1738, donde se prohíbe “muy expresamente (...) a todos los fieles, sean laicos o clérigos (...) que entren por cualquier causa y bajo ningún pretexto en tales centros(...) bajo pena de excomunión...”.
...
La prohibición va a ser confirmada por el Papa Benedicto XIV en la Constitución Apostólica Providas el 15 de abril de 1751, y de esta manera, la Masonería en España será prohibida, ese año, por orden de Fernando VI. Por ello es importante esclarecer este punto, pues “el catolicismo profesado por San Martín establece una incompatibilidad con la Masonería, a menos que fuera infiel a uno o a la otra” (Roque Raúl Aragón, citado ant.), debiéndose decir también que en las Memorias de Tomás de Iriarte, queda afirmado el rechazo de Belgrano a la posibilidad de ingresar en la organización, “aduciendo precisamente, la condenación eclesiástica que pesaba sobre la secta" ( Tomás de Iriarte "Memorias", Tomo I).
Me acuerdo perfectamente cuando en 1989, muchos integrantes de la Masonería argentina, entre ellos miembros de la Academia de Historia afirmaban:
"... ahora que cayó el muro de Berlín, vamos a poder tener acceso a los archivos de las logias masónicas en Europa que tienen los soviéticos. Vamos a viajar y vamos a volver con la lista donde figura SM..."
Fueron haciendo estas afirmaciones en voz alta...
Volvieron en el mayor y más absoluto silencio...
De igual forma, podemos hablar del intento de llamar a la Logia Lautaro como Masónica. Al respecto, sólo voy a hacer este comentario que queda más que claro, pero si tuviera que poner mayor información, con gusto lo haré. El comentario es el testimonio de dos ex- presidentes de la República, que desempeñaron, además, el cargo de Gran Maestre de la Masonería Argentina.

Bartolomé Mitre escribió:
“La Logia Lautaro no formaba parte de la masonería y su objetivo era sólo político". Es importante destacar que para esta cuestión Mitre consultó al General Matías Zapiola, quien había integrado la Logia.

Por su parte, Domingo Faustino Sarmiento opinó:
“Cuatrocientos hispanoamericanos diseminados en la península, en los colegios, en el comercio o en los ejércitos se entendieron desde temprano para formar una sociedad secreta, conocida en América con el nombre de Lautaro. Para guardar secreto tan comprometedor, se revistió de las fórmulas, signos, juramentos y grados de las sociedades masónicas, pero no eran una masonería como generalmente se ha creído...”
Así, el único antecedente que pueden exhibir quienes defienden la hipótesis comentada, es una medalla acuñada por la logia “La Parfaite Amitié”, de Bruselas, en 1825. Al respecto puede señalarse que la medalla sólo contiene la efigie del General y la inscripción “Au General San Martín”, sin dársele el tratamiento de “hermano” (H...). Como la Masonería no limita los homenajes a sus propios miembros, y la figura del Libertador era suficientemente conocida en Europa, dicho elemento no aporta ninguna evidencia. Finalmente, se ha llegado a determinar que en 1825 el rey de Bélgica, Guillermo I, dispuso acuñar diez medallas diseñadas por el grabador oficial del reino, Juan Henri Simeon, con la efigie de otras tantas personalidades de la época. Aparentemente, debido a las necesidades políticas internas, el rey concedió a la logia citada la acuñación de la medalla destinada a San Martín. Hay que añadir que eso ocurrió en 1825, y en los siguientes veinticinco años que vivió San Martín en el viejo continente, no se produjo ningún hecho ni documento que lo vinculara a la organización.

Y ni hablar del "famoso" mandil que dicen los masones que utilizó SM en el Perú. El Prof. Julio Mario Luqui Lagleyze, experto en "Enseñas y Uniformes Militares de América y España" descubrió hace ya unos años que es el Estandarte de un Cuerpo de Caballería Realista del Perú...

Por otro lado me pregunto lo siguiente a la luz de los documentos históricos:
¿Cómo se entiende entonces si San Martín realmente fue masón, que sus principales enemigos (Carlos Alvear y José Miguel Carrera) fueran Masones?
¿Cómo se entiende entonces que su empresa en Perú quedara frustrada por la acción combinada de tres logias masónicas? (Logia Central de la Paz Americana del Sud: formada por Jefes y Oficiales del Ejército Realista, pertenecientes al partido liberal y liderados por el Gral Jerónimo Valdéz, la cual frustró los pactos de Punchauca y Miraflores que hubieran puesto fin en 1821 a la guerra en el Perú.
La Logia Provincial de Buenos Aires: liderada por Rivadavia. Ante el personaje mencionado, nada más para agregar porque es redundante.
La Logia Republicana Orden y Libertad: liderada por José Faustino Sánchez Carrión, y asentada en el Perú, la cual se encargó de atacar y levantar al pueblo peruano contra la idea monárquica de San Martín)
¿Por qué entonces la Gran Logia Unida de Inglaterra el 21 de agosto de 1979 en contestación a un pedido de Patricio Maguire sobre si tenían constancia en sus archivos que San Martín hubiera sido miembro de la Masonería, contestó que no aparecía en ningún listado?
¿Por qué entonces la Gran Logia de Escocia el 30 de junio de 1980 ante el mismo requerimiento, contestó de igual forma?
¿Por qué entonces la Gran Logia de Irlanda el 24 de junio de 1980 ante el mismo requerimiento, contestó de igual forma?
¿Cuáles son los documentos que dice tener la Masonería en algunos ámbitos del mundo y que no muestra?
¿Será que su único fundamento es una declaración de la masonería argentina de 1876 y una medalla acuñada en Bélgica?

En definitiva, singular masón era San Martín... usaba un Estandarte Realista como mandil, y participaba en una organización prohibida por la Iglesia, siendo por otro lado un profundo y declarado católico.


Por Esteban D. Ocampo

domingo, 30 de marzo de 2014

"¡Viva la Patria!" por Esteban D. Ocampo

Hola amigos. Leí esta nota de Esteban Ocampo, un excelente trabajo, me llenó de emoción y quise compartirlo con ustedes. Acá está:

"¡Viva la Patria!"

¿Cuántas veces habrás escuchado a muchos gritar "Viva la Patria"?¿En qué ocasiones particulares ese grito inundó el aire y fue repetido casi instantáneamente por todos los que estaban alrededor?¿Cuántas veces lo habrás gritado aún sin saber su significado?Seguramente muchas veces te pasó alguna de estas situaciones.Pero, ¿qué quiere decir "Viva la Patria"?"...Morir por la patria es vivir, es dar a nuestro nombre un brillo que nada borrará...", decía Domingo Fidel Sarmiento en una carta a su madre el día anterior a caer en la Guerra del Paraguay, descubriéndonos con esas palabras el real sentido de la frase, el real sentido del grito.Un grito lanzado desde la Guerra de la Independencia por cada uno de nuestros hombres que se batieron, en todas circunstancias y alternativas, pero siempre con la cabeza bien en alto.Como aquellos que a pesar de no haber alcanzado el objetivo de tomar la plaza de Talcahuano y habiendo sufrido importantes pérdidas, querían volver a intentarlo al día siguiente una vez más...Como aquellos que se retiraban en Maypo bajo el diluvio de fuego de los veteranos del Burgos, y que al ver a la reserva parar en seco a los realistas retornaron a la lucha...Como aquellos que en las faldas del Pichincha habiendo agotado sus municiones se retiraban sin darle la espalda al enemigo, con sus cartucheras abiertas para mostrar que no tenían más proyectiles, y colocando como única oposición sus bayonetas al frente...Como tantos y tantos ejemplos que inundan nuestra historia de gloria.Esa historia que escribieron los Infernales en el Norte al mando de Güemes, los negros de los Batallones 7 y 8 en la Campaña de Chile y Perú, los centauros granaderos con sus criollos y sables, los artilleros en la misma Malvinas...Esos hombres todos cargaron al grito de "Viva la Patria"... Que mi Patria viva a pesar que hoy pueda sacrificar mi vida, a pesar que pueda no volver... Que "Viva la Patria" siempre, porque así mi nombre tendrá un brillo que sólo ella puede darle...Dicen que el negro Falucho murió al pie del mástil que tenía nuestra bandera en el Perú, al negarse que la arríen y participar de la rebelión que se dio en El Callao, al grito de "Viva Buenos Aires" que era su Patria....Cuentan que el Capitán Millán frente a sus ejecutores en el Perú, se colocó su chaqueta, y puso en ella cada una de las medallas que ganó en batalla, relatando al mismo tiempo cada uno de los combates y acciones donde participó. Se le ofreció vendar sus ojos, cosa que no aceptó, y cuando estuvo listo, se abrió su uniforme, y mirando al pelotón de fusileros realistas exclamó: "Al pecho...Viva la Patria"...



viernes, 28 de febrero de 2014

Si no empezamos nosotros... de qué cambio hablamos?

Hola amigos, en este post dejo un poco de lado el pasado, la Historia, para hablarles de este presente tangible, de una realidad fría y palpable.
Esta mañana en el Memorial estuvo, cerca de cuarenta minutos, una señora que, según me contó, vive a un par de cuadras del lugar. Entró, la recibí amablemente, la presenté con el soldado de infantería para que le brinde la charla referencial a la Bandera del Ejército de Los Andes. A los cinco minutos salió, se dirigió hasta la otra sala y ahí estaba yo; dispuesta a explicarle sobre las otras dos banderas. Entablamos una conversación. Al principio pareció interesante, después se tornó un conjunto de palabras arrogantes.
La mujer me dijo esto, así, tal cual: "Vos sabés que ayer, estuve leyendo el diario, y en una parte leí que Mendoza era la ciudad más maravillosa del mundo. ¿Podés creér vos? ¡Mendoza! Yo me conozco toda la Argentina, te digo, y para mí cualquier lugar es más lindo que éste. Mendoza es una mugre. Está todo feo, nadie hace nada, nadie quiere trabajar. A mí me da vergüenza decir que soy de acá. Salís y los negros estos te chorean todo, son todos unos corruptos los mendocinos." Cada palabra que agregaba esta señora era una lágrima más que me daban ganas de derramar. Si bien la información que me dio estaba totalmente errada, lo que menos me importó fue eso. En mi cara se notaba la lástima que sentí en ese momento. Lástima por la terrible ignorancia que cargaba esa persona en su cuerpo.
Cuando terminó de hablar, la miré, y no fui capaz de decir nada... La Celeste de todos los días hubiese retrucado a viento y marea cada cosa que salió de esa boca. Pero no, se me cerró la garganta y sólo la despedí formalmente.
Desde este mediodía no dejo de pensar. ¿Qué pasará por la mente de aquella persona, para decir tamaña barbaridad? ¿No es eso, acaso, producto de una mala educación? No me refiero a la educación institucional, me refiero a la educación que te da la vida, la que aprendés de tus viejos, tus hermanos, tus amigos o quien sea que te rodee. Esa es la base de todo.
Palabras llenas de insensatez, de discriminación, de desconocimiento, de injusticia! Está en cada uno de nosotros, con algún mínimo aporte que hagamos, el cambiar un poco esa realidad. Vos, pibe, sos el encargado de transmitir estos VALORES. De eso hablo, de los valores que están perdidos. RESPETO, AMOR, DIGNIDAD, HONRADEZ, RESPONSABILIDAD, PATRIOTISMO, GRATITUD Y LEALTAD. 
Si estás leyendo esto, y pensás como esta señora, busco que cambies esa mentalidad insolente, despreciativa, desdeñosa, ofensiva. Empezando por el reconocimiento, sino es sólo un engaño. Si ya conseguiste eso, lo demás viene solo, y vas a ver qué sorprendente es..! Sí, porque en esto no cabe el "cada uno opina como quiere", no hermano, esto tiene que cambiar.
O, si pensás como yo, ayudame a transmitir esto de la mejor forma: con el ejemplo. De nada sirve todo este palabrerío si no se aplica.
Bueno, en fin, no quiero ser una Bucay, sólo busco con esto, que aquel que está del otro lado tome conciencia de la importancia que tiene lo que acabo de contarles, porque es algo que nos toca la espalda constantemente y estamos ahí, dejando que pase, sin mover un dedo. Hagámonos cargo. Como dice el título de esta entrada: Si no empezamos nosotros... de qué cambio hablamos?

lunes, 24 de febrero de 2014

25 de febrero de 1778: Nacimiento del General, natalicio de la gloria sudamericana.

Despierto está entre nosotros, como una estrella protectora en nuestro cielo. En el hogar que nos reúne, su nombre augusto es como el pan y como el fuego. No hay argentino que no sienta dentro del alma la virtud de su recuerdo. Y que no escuche en lo más hondo del corazón la voz profunda de su sueño. Hasta en la muerte es de sus hijos, hasta la muerte silenciosa es de su pueblo. Hasta en la muerte se derrama sobre la vida y el honor de nuestro suelo. Mientras vivió, vivió de darse, como el misterio de la música en el tiempo. Como la fuente, como el río, como la luz, como la llama, como el viento. El alma inmensa de aquel hombre sólo cabía sin dolor en un ejército. Para vivir en el mundo su corazón necesitó miles de cuerpos. Aquel ejército era el eco de su emoción, pues era carne de su carne. Su corazón le daban forma; sus venas vivas de pasión le daban cauce. Su voz vibraba en los clarines y sostenía las banderas en el aire. Hasta en los últimos tambores, lo que sonaba era su pulso formidable. Su voluntad se propagaba como un incendio hasta los puestos más distantes. De regimiento en regimiento, de batallón en batallón, de sable en sable. Su fe rodaba por las filas con el empuje de un torrente infatigable. Y su calor llegaba en olas a los lugares más confusos del combate. En el momento de la gloria no había herida que en su ser no palpitase. Si todo el triunfo era su triunfo, toda la sangre derramada era su sangre. Llegó la fecha señalada, y el gran ejército cruzó la cordillera. La mole altiva no se opuso, porque sintió que aquella fuerza era su fuerza. Aquellos hombres que pasaban estaban hechos de su polvo y de su piedra. Eran hermanos de sus rocas, de sus tremendos precipicios, de sus crestas. Eran volcanes de los suyos: tenían fuego en la raíz y en la cabeza. Eran montañas y montañas, movilizadas con fervor para una empresa. 

Del otro lado había pueblos esclavizados y naciones prisioneras. Había seres que esperaban la libertad, había hermanos en cadenas. Un vasto sueño los unía, y era que un sol les disipara las tinieblas. Aquella luz con que soñaban llegó por fin en el temblor de una bandera. Detrás del sol el alma inmensa de San Martín desembocó de las montañas. Y sobre medio continente se desató como un ciclón de luz y llamas. Su fuerza enorme recorría todas las fibras de aquel cuerpo que avanzaba. Y aquel abismo de materia se convertía poco a poco en cumbre de alma. Y era relámpago en los pechos, trueno en las bocas y centella en las miradas. Chispa en el bosque de las crines y tempestad en la floresta de las lanzas. Estaba entera en cada grito de rebelión, en cada puño, en cada espada. Tanto en la sangre turbulenta como en el río silencioso de las lágrimas. Nuestro destino y su destino se confundieron como el hierro en la fragua. Y nuestra historia fue tomando la forma justa de la gloria en sus entrañas.
Seamos fieles a esta forma, como soldados de verdad a una consigna. Porque es la forma de la patria: justo equilibrio de valor y de justicia. Sólo una espada como aquella pudo engendrar este milagro de armonía. Porque en ninguna de la tierra la semejanza con la cruz fue tan estricta. 



Guardemos siempre la memoria de aquella mano sin temor y sin mancilla. Guardemos siempre su recuerdo fundamental, como si fuera nuestra vida. Con el amor con que la fruta guarda en el fondo de su seno la semilla. Con el fervor con que la hoguera guarda el recuerdo victorioso de la chispa. Que su sepulcro nos convoque mientras el mundo de los hombres tenga días. Y que hasta el fin haya un incendio bajo el silencio paternal de sus cenizas.


Francisco Luis Bernárdez


miércoles, 19 de febrero de 2014

Fidel Roig Matons

Buenas noches mis afables lectores.
El mes de febrero es, para mí, el mes glorioso; el mes sanmartiniano, sin dudas. La mayoría de las batallas en las que combatió el Ejército Libertador; el nacimiento del General, el fallecimiento de su hija, Mercedes; etc. Diversos hechos, momentos y lugares, producidos en febrero. Por eso es que en este mes me permito hablar como quiero, dejando de lado las parcialidades, neutralidades y frivolidades (que, quiera o no, son siempre necesarias para obtener un buen resultado de análisis profundo y metodológico). Me doy permiso para sacar de adentro todo el sentimiento que aflora hasta por las orejas. Y es que cuando uno tiene algo que llena hasta el más escondido rincón del corazón y satura el alma de sentimientos, es muy difícil guardarlo, decirle que se calle, que "ahora no porque hay que dormir la siesta, más tardecito va a salir a jugar" (como decía mi mamá a mis amigas hace unos cuantos años, cuando me venían a buscar para machonear de árbol a árbol). No me importa nada, no quiero que me importe. Siempre la Celeste poniendo la cabeza por delante; esta vez todo lo contrario: la que duerme la siesta es ella y el corazón sale a jugar.

Hubo un hombre, por el siglo XIX, que no entendía la vida sin honor, sin justicia, sin luchar por lo propio, no sabía lo que era no tener dignidad. Llamado "Padre de la Patria", "Padre de Naciones", "General victorioso", "Santo de la espada", "Fundador de la libertad"entre otros; un hombre que le dio razón y sentido a nuestra argentinidad y que jamás escatimó sacrificio alguno para ofrendarles a los oprimidos de América, la tan preciada libertad. Hablo, claro está, del General José Francisco de San Martín. Pero no voy a entrar en detalles (a eso lo dejo para la publicación que haré el 25 de este mismo mes, aniversario del nacimiento de Don José); quiero centrarme en el hombre que mejor supo retratar los razgos más importantes del General (hombre fuerte, victorioso, de gran esplendor), como así también los más pormenorizados (humildad, flaqueza, sacrificio, el deterioro de salud -casi irremediable-, amor, y dignidad). Me refiero a Fidel Roig Matons, a criterio personal, el mejor pintor.

Autorretrato

Por supuesto que yo no entiendo nada de pintura, en lo absoluto, pero como dice mi amigo Pablo: un artista es bueno en tanto y en cuanto genera "algo". Bueno, así, de eso hablo. Este tipo me transmite "todo".

Les comento un poco: Roig Marons nació en Cataluña, España. Estudió Bellas Artes en Barcelona y en 1907 emigró para Argentina. Estuvo unos meses en Buenos Aires y se nos vino para los pagos medocinos, radicándose acá. Trabajaba en el colegio Agustín Alvarez como profesor de artes plásticas. Fue dejando esa profesión para dedicarse sólo a la pintura. Primeramente, sus obras reflejaban los pueblos indígenas que habitaron Mendoza, sobre todo los Huarpes.

Hacia 1936, se dedicó de lleno a pintar los paisajes de la Cordillera de Los Andes junto con los momentos más relevantes de la gesta sanmartiniana. A partir de ese momento, sólo se va a dedicar a reflejar estas maravillas. Inclusive muere en 1977 dejando varias obras sin terminar, debido a la ceguera que lo acompañó desde 1953, aproximadamente.

Acá les dejo varias de sus pinturas. Actualmente se encuentran en el edificio de la Muncipalidad de Mendoza. Se puede visitar, es gratis y está durante todo el día. Les aconsejo como mendocina que no pierdan la posibilidad de ir y conocer, realmente es maravilloso. Y ya que están se dan una vueltita por el Memorial (que está en la cuadra de atrás) y me van a visitar. Bueno, a mí no, a las banderas.

San Martín es transportado a Cauquenes por una compañía de 60 granaderos. Óleo y detalle.






San Martín y su amigo personal, Tomás Guido

Llegada al Portillo y encuentro con su ahijado Olazábal




lunes, 17 de febrero de 2014

Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida

Hoy cumpliría 178 años el personaje ya mencionado. Más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer, este poeta español fue uno de los últimos representantes del Romanticismo del siglo XIX. Cobró reconocimiento luego de su muerte cuando vieron la luz muchas de sus obras. Un claro ejemplo fue su libro "Rimas", que se perdió en 1868 y gracias a su memoria y las publicaciones donde algunas ya habían aparecido, pudo reconstruir su obra más famosa, que terminó lanzándose junto a sus "Leyendas" en 1871, a un año de su desaparición física, como gesto de sus amigos para ayudar a su familia. En cuanto a la vida personal, les comento algunas curiosidades:

Uno de los dibujos de Bécquer
¿Sabías que Becquer era dibujante? ¿Que tenía un carácter amargo y pesimista? Para él, la única felicidad era el amor, y era en esos momentos de desborde amoroso que se inspiraba para escribir obras como Tu pupila es azul (aunque no iban dedicados siempre a la misma mujer; era un enamorado del amor, no de una persona en particular). ¿Sabías que todas las mujeres de Bécquer le fueron infieles? Hasta hubo una, Casta, que dijo embarazarse de él y en realidad tenía más de tres amantes, uno de ellos era el padre del bebé que llevaba en el vientre. ¿Sabías también, que varias veces lo despidieron de diversos trabajos porque se entretenía dibujando en horarios laborales, y producía grandes caos? Bueno, ahora lo sabés, gracias a Historia de hoy y todos los tiempos.

Lo último que les comparto es un poema (uno de los tantos) que me llega bien al corazón.

LXIX

Es cuestión de palabras y no obstante
ni tú ni yo jamás,
después de lo pasado, convendremos
en quién la culpa está.
¡Lástima que el Amor un diccionario
no tenga dónde hallar
cuándo el orgullo es simplemente orgullo
y cuándo es dignidad! 

Otro más, y listo:

LXXX

Aire que besa, corazón que llora,
águila del dolor y la pasión,
cruz resignada, alma que perdona...
eso soy yo.

Serpiente del amor, risa traidora,
verdugo del ensueño y de la luz,
perfumado puñal, beso enconado...
eso eres tú.


Facha el pibe, no?

domingo, 16 de febrero de 2014

Batalla de Humaitá. Guerra de la Triple Alianza.

Buenas noches, mis estimados. Hoy les traigo material casi exclusivo; digo esto porque es muy poca la información que se tiene sobre el tema y, por ende, es poco lo que se sabe. Así es que estoy hoy acá para tratar de (aunque sea un poco) sacarle la parte de "exclusividad" al tema y que sea más cercano a nuestros conocimientos.

La Batalla de Humaitá se llevó a cabo el 18 de febrero de 1868. Marcos Paz, vicepresidente de la República Argentina, había muerto en Buenos Aires por la epidemia de cólera que traída del frente de guerra, se propagó como una maldición durante el verano de 1867-68. La verdad es que los brasileños – dueños casi únicos de la guerra, pues solamente del Imperio llegaban refuerzos y armas – se pusieron serios con Mitre después del feo desastre de Tuyú-Cué y le impusieron volverse a Buenos Aires. Constitucionalmente no era necesaria su presencia, no obstante la muerte de Paz, porque el gabinete desempeñaba sus funciones (no había ley de acefalía) y faltaban escasamente ocho meses para la conclusión del período presidencial. Pero Brasil quería apresurar la conclusión de la guerra.

Alejado Mitre (para no volver más), las perspectivas fueron más risueñas para Brasil: Caxias volvió a tomar el mando en jefe. Tal vez no había leído a Federico II, pero llevaba a Mitre la ventaja de ganar batallas.

Sin el general en jefe todo resultaría fácil (como dice el dicho: cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta). El 19 de enero el almirante Inacio fuerza el paso de Humaitá; el 24 dos monitores brasileños llegan hasta Asunción y bombardean la capital paraguaya. Dominado el río por los brasileños, no le era posible al mariscal mantener las fortificaciones de Humaitá y Curupaytí, y el 10 de marzo hizo el repliegue del grueso de su ejército por el camino del Chaco. Apenas dejó cuatro mil hombres de Humaitá para cubrir la retirada. En canoas, chatas y jangadas, los diezmados paraguayos que han defendido hasta más allá del heroísmo la línea de Curupaytí y Humaitá, cruzan el río Paraguay, y por el Chaco toman rumbo norte: en Monte Lindo vuelven a atravesar el río y acampan finalmente en San Fernando. Esa operación resulta un alarde de conducción y valor: es todo un ejército con sus bagajes y armas, heridos y enfermos, evacuando una posición comprometida y en presencia del enemigo. Dos veces cruzaron el río sin que “la escuadra de Brasil se diera por enterada de la doble y audaz maniobra”, dice Arturo Bray.

Los cambá
El coronel Martínez quedó en Humaitá como cebo para inmovilizar al ejército aliado. Pero ya la fortaleza inexpugnable carecía de objeto. El julio recibe la orden de abandonarla con sus pocos efectivos clavando los 180 cañones que no pueden transportarse. Pero el impaciente mariscal Osorio quiere darse la satisfacción de tomarla por las armas y ataca con 8.000 soldados. Martínez hará en Humaitá y con Osorio la misma defensa de Díaz en Curupaytí y ante Mitre: lo deja acercar hasta las primeras líneas y allí lo envuelve en la metralla de su fuego de artillería. Muy cara pagaría Osorio la pretensión de entrar en Humaitá tras un ataque; finalmente se vio obligado a desistir y ordenar la retirada. Fue Humaitá la última gran victoria paraguaya. Pero más afortunado que Mitre, Osorio ha dado a tiempo la orden de retirada y consigue salvar gran parte de sus efectivos.

 Los cambá (negros brasileños) entrarían en Humaitá y en Curupaytí solamente después de que el último paraguayo las hubiera evacuado el 24 de julio. El 23 a la noche, Martínez ha hecho salir por el río a los efectivos postreros, hombres y mujeres. El 24 al amanecer los brasileños izan la bandera imperial en la ya legendaria fortaleza; poco antes lo habían hecho en Curupaytí. No es feliz la retirada de Martínez a través del Chaco. Los heroicos defensores de la fortaleza han debido sacrificarse para proteger el repliegue del grueso del ejército; van por el Chaco hostilizados por fuerzas muy superiores, ametrallados desde el río por la escuadra. Inácio y Osorio quisieran vengar en Martínez el respeto que le han tenido a Humaitá durante tres años. Finalmente la diezmada guarnición queda encerrada en Isla Poi; logra resistir durante diez días y debe rendirse agobiada por el hambre y el número. Se rinden así los últimos paraguayos que quedaban en ese teatro de guerra. Conmovido, el general Gelly y Obes, hace desfilar a los nuestros “ante los grandes héroes de la epopeya americana”. Hermoso ejemplo que nos debe llenar de orgullo.

Un paraguayo no puede rendirse, aunque la inanición le impida moverse y la falta de municiones no le permita contestar el fuego enemigo. Solano López, ya convertido en el frenético “soldado de la gloria y el infortunio” que dice Bray, es implacable con quienes no demuestran tener su mismo temple. Es imposible ganar la guerra y no han sido prósperas las gestiones de una paz honrosa. Por lo tanto el solo camino que queda a los paraguayos es la muerte; dar al mundo una lección de coraje guaraní.

El coronel Martínez se había conducido como un héroe en su defensa de Humaitá y en su imposible retirada por el Chaco. Pero se había rendido. No importa que contara con mil doscientos hombres y mujeres sin más uniforme que un calzón desgarrado, un quepí, sin pólvora para su fusil de chispa, ni alimentos, frente a tropas veinte veces superiores. Pero el mariscal se había rendido y eso no le era permitido a un paraguayo: la palabra “rendición” había sido borrada del léxico. López declara traidor al defensor de Humaitá.

Los tres años de guerra injusta y desproporcionada han hecho del atildado Francisco Solano una verdadera fiera: está resuelto a morir con su patria y no comprende ni perdona otra conducta. Ni a sus amigos ni a sus jefes más capaces ni a su misma madre y hermanos. Ante todo está Paraguay y por él sacrificará sus afectos más caros. No es la suya una conducta “humanitaria”, seguro; pero López no es en aquella agonía un ser humano sometido a la moral corriente. Es el símbolo mismo de un Paraguay que quiere morir de pie; un jaguar de la selva acosado sin tregua por sus batidores.

En esa última etapa de la guerra nacerá la versión del monstruo, del tirano sanguinario, del gran teratólogo, que alimentaría medio siglo de liberalismo paraguayo. Se le imputaron hechos terribles y no todo fue leyenda urdida por el enemigo. Hay cosas que estremecen, pero pongámonos en la tierra y en el tiempo para juzgarlos; en ese Paraguay de fines de la guerra envuelto en un halo de tragedia. Pensemos en los miles de paraguayos muertos en los combates por defender su tierra o caídos de inanición o de peste en la retaguardia. Sólo así puede juzgarse ese conductor que no puede perdonar a quienes manifiestan flaqueza, hablen de rendirse o tengan simplemente otro pensamiento que no sea morir en la guerra. Para comprenderlo hay que tener un corazón como el de los paraguayos y un alma lacerada por la inminencia de la derrota de la patria. Porque ocurrirán ahora cosas espantosas: el fusilamiento del obispo Palacios, los azotes y el fusilamiento de la esposa de Martínez, la muerte de los hermanos de López, acusados de conspiración; la prisión y los azotes de sus hermanos y hasta de su misma madre. En la atmósfera de tragedia, se yergue la figura del mariscal implacable, convencido de que a los paraguayos, con él a la cabeza, sólo les queda disputar palmo a palmo el querido suelo o morir.

sábado, 8 de febrero de 2014

El líder de la Guerra Gaucha: M. M. de Güemes (1785-1821)


Buenas tardes, hermanos de la web. Hoy, 8 de febrero, se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de uno de nuestros tantos héroes nacionales: Martín Miguel Juan de la Mata de Güemes Montero Goyechea y la Corte; y, por supuesto, estoy aquí para recordarlo y revalorizarlo (pobre Martincito, que tan olvidado está). Claro que una publicación en una página virtual es lo mínimo que merece este notable; ya que fue uno de los personajes que durante la época independentista entregó todo de sí, sin saber si finalmente llegaría la tan ansiada libertad. Caudillo provinciano, de Salta exactamente. Firme a sus ideales federales, combatió a sol y sombra por defender los principios de igualdad y libertad.
Aquí les dejo un informe escrito por Felipe Pigna (no me simpatiza mucho este señor, pero debo decir que está perfectamente descripta la vida y hazaña de nuestro recordado Güemes) para que lean y sepan quién fue, qué hizo y por qué es digno de respeto, memoria y admiración. Así que cuando leas esto, te imprimís una fotito de don Martín y le prendés una velita.



Martín Miguel de Güemes, el líder de la guerra gaucha que frenó el avance español con sus tácticas guerrilleras, nació en Salta el 8 de febrero de 1785. Estudió en Buenos Aires, en el Real Colegio de San Carlos. A los catorce años ingresó a la carrera militar y participó en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas como edecán de Santiago de Liniers. En esas circunstancias fue protagonista de un hecho insólito: la captura de un barco por una fuerza de caballería. Una violenta bajante del Río de la Plata había dejado varado al buque inglés "Justine" y el jefe de la defensa, Santiago de Liniers ordenó atacar el barco a un grupo de jinetes al mando de Martín Güemes.

Tras la Revolución de Mayo, se incorporó al ejército patriota destinado al Alto Perú y formó parte de las tropas victoriosas en Suipacha. Regresó a Buenos Aires y colaboró en el sitio de Montevideo.

Pero Güemes no olvidaba su Salta natal, a la que volverá definitivamente en 1815. Gracias a su experiencia militar, pudo ponerse al frente de la resistencia a los realistas, organizando al pueblo de Salta y militarizando la provincia. El 15 de mayo de 1815 fue electo como gobernador de su provincia, cargo que ejercerá hasta 1820.

A fines de noviembre de 1815, tras ser derrotado en Sipe Sipe, Rondeau intentó quitarle 500 fusiles a los gauchos salteños. Güemes se negó terminantemente a desarmar a su provincia. El conflicto llegó a oídos del Director Supremo Álvarez Thomas quien decidió enviar una expedición al mando del coronel Domingo French para mediar en el conflicto y socorrer a las tropas de Rondeau varadas en el norte salteño. Rondeau parecía más preocupado por escarmentar a Güemes y evitar el surgimiento de un nuevo Artigas en el Norte que por aunar fuerzas y preparar la resistencia frente al inminente avance español. Finalmente, el 22 de marzo de 1816 se llegó a un acuerdo: Salta seguiría con sus métodos de guerra gaucha bajo la conducción de Güemes y brindaría auxilio a las tropas enviadas desde Buenos Aires.

Dos días después, iniciaba sus sesiones el Congreso de Tucumán que desitnó Director Supremo a Juan Martín de Pueyrredón. El nuevo jefe del ejecutivo viajó a Salta ante las críticas y sospechas de muchos porteños, que dudaban de la capacidad militar de Güemes y sus gauchos. Pueyrredón quedó tan conforme que ordenó que el ejército del Norte se retirara hasta Tucumán y ascendió al caudillo salteño al grado de coronel mayor.

San Martín apoyó la decisión de Pueyrredón y confirmó los valores militares y el carisma de Güemes y le confió la custodia de la frontera Norte. Dirá San Martín: "Los gauchos de Salta solos están haciendo al enemigo una guerra de recursos tan terrible que lo han obligado a desprenderse de una división con el solo objeto de extraer mulas y ganado".

Belgrano también valoraba la acción de Güemes. De esta forma nació entre ellos una gran amistad. Esto le dice Güemes a su amigo en una carta: "Hace Ud. Muy bien en reírse de los doctores; sus vocinglerías se las lleva el viento. Mis afanes y desvelos no tienen más objeto que el bien general y en esta inteligencia no hago caso de todos esos malvados que tratan de dividirnos. Así pues, trabajemos con empeño y tesón, que si las generaciones presentes nos son ingratas, las futuras venerarán nuestra memoria, que es la recompensa que deben esperar los patriotas".

El jefe de las fuerzas realistas, general Joaquín de la Pezuela, envió una nota al virrey del Perú, señalándole la difícil situación en que se encontraba su ejército ante la acción de las partidas gauchas de Güemes. "Su plan es de no dar ni recibir batalla decisiva en parte alguna, y sí de hostilizarnos en nuestras posiciones y movimientos. Observo que, en su conformidad, son inundados estos interminables bosques con partidas de gauchos apoyadas todas ellas con trescientos fusileros que al abrigo de la continuada e impenetrable espesura, y a beneficio de ser muy prácticos y de estar bien montados, se atreven con frecuencia a llegar hasta los arrabales de Salta y a tirotear nuestros cuerpos por respetables que sean, a arrebatar de improviso cualquier individuo que tiene la imprudencia de alejarse una cuadra de la plaza o del campamento, y burlan, ocultos en la mañana, las salidas nuestras, ponen en peligro mi comunicación con Salta a pesar de dos partidas que tengo apostadas en el intermedio; en una palabra, experimento que nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial."

El General en combate

A principios de 1817, Güemes fue informado sobre los planes del Mariscal de la Serna de realizar una gran invasión sobre Salta. Se trataba de una fuerza de 3.500 hombres integrada por los batallones Gerona, Húsares de Fernando VII y Dragones de la Unión. Eran veteranos vencedores de Napoleón. Güemes puso a la provincia en pie de guerra. Organizó un verdadero ejército popular en partidas de no más de veinte hombres.

El 1º de marzo de 1817, Güemes logró recuperar Humahuaca y se dispuso a esperar la invasión. Los realistas acamparon en las cercanías. Habían recibido refuerzos y ya sumaban 5.400. La estrategia de Güemes será una aparente retirada con tierra arrasada, pero con un permanente hostigamiento al enemigo con tácticas guerrilleras. En estas condiciones las fuerzas de La Serna llegaron a Salta el 16 de abril de 1817. El boicot de la población salteña fue absoluto y las tropas sufrieron permanentes ataques relámpago. El general español comenzó a preocuparse y sus tropas empezaron a desmoralizarse. No lo ayudaron las noticias que llegaron desde Chile confirmando la victoria de San Martín en Chacabuco. De la Serna decidió emprender la retirada hacia el Alto Perú.

Las victorias de San Martín en Chile y de Güemes en el Norte permitían pensar en una lógica ofensiva común del ejército del Norte estacionado en Tucumán a las órdenes de Belgrano y los gauchos salteños hacia el Alto Perú. Pero lamentablemente las cosas no fueron así. La partida de San Martín hacia Lima, base de los ejércitos que atacaban a las provincias norteñas, se demorará en Chile por falta de recursos hasta agosto de 1820. Belgrano, por su parte, será convocado por el Directorio para combatir a los artiguistas de Santa Fe. Güemes y sus gauchos estaban otra vez solos frente al ejército español.

En marzo de 1819, se produjo una nueva invasión realista. Güemes se preparaba nuevamente a resistir. Sabía que no podía contar con el apoyo porteño: su viejo rival José Rondeau era el nuevo Director Supremo de las Provincias Unidas. La prioridad de Rondeau no era la guerra por la independencia sino terminar con el modelo artiguista en la Banda Oriental, que proponía federalismo y reparto de tierras. El nuevo director llegó a ordenarle a San Martín abandonar su campaña libertadora hacia el Perú y regresar a Buenos Aires con su ejército para reprimir a los federales. San Martín desobedeció y aclaró que nunca desenvainaría su espada para reprimir a sus compatriotas.

El panorama de la provincia de Salta era desolador. La guerra, permanente, los campos arrasados y la interrupción del comercio con el Alto Perú habían dejado a la provincia en la miseria. Así lo cuenta Güemes en una carta a Belgrano: "Esta provincia no me representa más que un semblante de miseria, de lágrimas y de agonías. La nación sabe cuántos y cuán grandes sacrificios tienen hechos la provincia de Salta en defensa de su idolatrada libertad y que a costa de fatigas y de sangre ha logrado que los demás pueblos hermanos conserven el precio de su seguridad y sosiego; pues en premio de tanto heroísmo exige la gratitud que emulamos de unos sentimientos patrióticos contribuyan con sus auxilios a remediar su aflicción y su miseria". Pero los auxilios no llegaron nunca y la situación se hacía insostenible porque las clases altas de Salta le retaceaban su apoyo por el temor de aumentar el poder de Güemes y por la desconfianza que le despertaban las partidas de gauchos armadas a las que sólo toleraban ver en su rol de peones de sus haciendas.

En 1820, la lucha entre las fuerzas directoriales y los caudillos del Litoral llegó a su punto culminante con la victoria de los federales en Cepeda. Caían las autoridades nacionales y comenzaba una prolongada guerra civil. En ese marco, se produjo una nueva invasión española. En febrero, el general Canterac ocupó Jujuy y a fines de mayo logró tomar la ciudad de Salta. San Martín, desde Chile, nombró a Güemes y le pidió que resistiera y le reiteró su absoluta confianza nombrándolo Jefe del Ejército de Observación sobre el Perú. A Canterac no le irá mejor que a La Serna: terminará retirándose hacia al Norte.

El año 1821, fue sumamente duro para Güemes porque a la amenaza de un nuevo ataque español se sumaron los problemas derivados de la guerra civil. Güemes debía atender dos frentes militares: al Norte, los españoles; al Sur, el gobernador de Tucumán, Bernabé Aráoz que, aliado a los terratenientes salteños, hostigaba permanentemente a Güemes, que será derrotado el 3 de abril de 1821. El Cabildo de Salta, dominado por los sectores conservadores, aprovechó la ocasión para deponer a Güemes de su cargo de gobernador. Pero a fines de mayo Güemes irrumpió en la ciudad con sus gauchos y recuperó el poder. Todos esperaban graves represalias, pero éstas se limitaron a aumentar los empréstitos forzosos a sus adversarios.

Estas divisiones internas debilitaron el poder de Güemes y facilitaron la penetración española en territorio norteño. Los sectores poderosos de Salta no dudaron en ofrecer su colaboración el enemigo para eliminar a Güemes.
El coronel salteño a las órdenes del ejército español José María Valdés, alias "Barbarucho", buen conocedor del terreno, avanzó con sus hombres y ocupó Salta el 7 de junio de 1821. Valdés contó con el apoyo de los terratenientes salteños, a los que les garantizó el respeto a sus propiedades.
Güemes estaba refugiado en casa de su hermana Magdalena Güemes de Tejada, "Macacha". Al escuchar unos disparos, decidió escapar a caballo pero, en la huída, recibió un balazo en la espalda. Llegó gravemente herido a su campamento de Chamical con la intención de preparar la novena defensa de Salta. Reunió a sus oficiales y les transfirió el mando y dio las últimas indicaciones. Murió el 17 de junio de 1821 en la Cañada de la Horqueta. El pueblo salteño concurrió en masa a su entierro en la Capilla de Chamical y el 22 de julio le brindó el mejor homenaje al jefe de la guerra gaucha: liderados por el coronel José Antonio Fernández Cornejo, los gauchos de Güemes derrotaron a "Barbarucho" Valdés y expulsaron para siempre a los españoles de Salta.

Monumento a M. M. de Güemes en la provincia de Salta

martes, 4 de febrero de 2014

Combate de Guardia Vieja

Hola amigos, lo que hoy les traigo es historia en olvido. Sí, lamentablemente; hechos relevantes que no sé por qué no son tenidos en cuenta. Si vemos la hazaña del Ejército de Los Andes analizamos esto: Batallas de San Lorenzo, (como mucho Rancagua y Cancha Rayada), Chacabuco, Maipú y Ayacucho. No seamos tan cuadrados, no nos quedemos con lo básico y analicemos una de las tantas otras batallas que hubieron: el Combate de Guardia Vieja. Mirá, pibe, prestá atención:

Croquis de la Batalla


Antecedentes: Campaña de Los Andes

Gral. Juan Gregorio de Las Heras
El día 8 de enero de 1817 la Columna de Las Heras, inicia la marcha desde El Plumerillo. Un día después el primer escalón de la Columna principal inicia su marcha (Esta columna se dividió a los fines de la marcha en seis escalones, cuya partida se realizó con un día de intervalo).

La acción


En la ruta de la columna Las Heras, a orillas del río Juncal, el mayor Martínez adelantado por Las Heras con 150 fusileros y 30 granaderos a caballo atacó, el 4 de febrero del mismo año, a unos 100 realistas allí establecidos. Lo hizo frontalmente con una compañía, mientras la otra seguía por senderos cuya existencia no se conocía, para ir a caer sobre el flanco Sur de los realistas, los cuales fueron completamente derrotados: tuvieron 25 muertos y dejaron 45 prisioneros en poder de los patriotas. Estos últimos tuvieron sólo 5 heridos leves.


Cuenta Vicente Fidel López en su "Historia de la República Argentina" gracias a la oportunidad que tuvo de entrevistar a muchos de los actores de la Campaña de Los Andes, en este caso el Gral. Juan Gualberto Gregorio de Las Heras, que la victoria en el Combate de la Guardia Vieja se debió a la llamada "Loca de la Guardia". Esta mujer de origen chileno era una de las pocas sobrevivientes al sitio de Rancagua de 1814 que aplastó el primer intento de los trasandinos por seguir los ideales de la Revolución de Mayo. En Rancagua los realistas hicieron estragos entre la población civil, contándose como los principales malhechores a dos Capitanes del Regimiento Talavera, los cuales por ej. arrastraban de los pelos a las mujeres y las entregaban a los soldados "recomendando aumentar los súbditos del Rey". La "Loca de la Guardia" había quedado desequilibrada por las situaciones vividas en la ciudad y se refugió en la Cordillera, llegando al punto de conocer perfectamente los caminos de toda la zona, y en particular la forma de llegar hasta el puesto fortificado realista sin que su guarnición pudiera siquiera notarlo. Se cuenta que ella misma participó de la acción, no limitándose solamente a mostrar el camino. Este personaje aparecería nuevamente, luego de la Batalla de Chacabuco para señalar a los dos capitanes del Talavera, los cuales serian fusilados no bajo su condición de militares sino como simples delincuentes por orden del Gral. San Martín, en castigo a los atropellos contra la población civil.

El feroz capitán Zambruno y su cómplice el capitán Villalobos del mencionado Regimiento fueron encausados como facinerosos; y, destituidos de la calidad de militares, en razón de la notoriedad de sus crímenes, fueron fusilados y colgados en la horca, sin que el virrey ni los realistas hubiesen reclamado jamás, ni ejercido represalia. Tal era el conocimiento que todos tenían de sus infames atentados y de la justicia de la sentencia.


Como dato destacable diremos que el Fraile Dominico José Félix Aldao, Capellán del Ejército de los Andes, durante el Combate de Guardia Vieja tomó las armas, abandonando su condición religiosa, combatiendo con bravura en ese encuentro. Por consejo de Las Heras a San Martín, Aldao fue nombrado Teniente del Regimiento de Granaderos. Con los años llegaría al grado de General, siendo Caudillo indiscutido de la Provincia de Mendoza.

miércoles, 22 de enero de 2014

"What have we found? The same olf fears."

Buenas noches, amigos. Son las 2:00 a.m; se supone que debería estar durmiendo, o por lo menos descansando, ya que en un par de horas estoy de nuevo arriba para enfrentar el caluroso día, pero no, estoy acá, frente a la pantalla y con ganas de comentarles mi tesitura.
Al mismo tiempo de estar escribiendo esto, escucho música. Pero no cualquier música, sino la que a mí me saca de los estribos; particularmente esta canción. Creo haberla compartido en Facebook más de una vez (sí, como 4), y hoy la vuelvo a compartir con ustedes. Claro que, para hacerle honor al nombre de este espacio, voy a contarles la historia en mi vida de esta poesía (porque eso es lo que es, como lo son los capos que la interpretan) que me satura el corazón de sentimientos.

Este fue el primer tema que escuché de Pink Floyd, aproximadamente cuatro años atrás. Lo conocí por el Luca (así se presentó él cuando lo conocimos mis compañeros y yo; "hola, me llamo Luca, así, sin S; como Luca Prodan"); para resumir el texto, no hacerlo tan extensivo y evitar la fatiga en sus ojos a estas altas horas de la madrugada; les comento brevemente (además, a más de uno le he hablado de esto; no quiero que digan "qué pesada la mina esta"): el Luca Moyano fue el referente que tuve para seguir la docencia. Fue mi profesor en 4to año de la secundaria. Un tipo lleno de libertad y pureza. Seguramente ni se acuerda de mí, probablemente algún día lo cruce y ni siquiera se dé cuenta. Yo fui una alumna más, él fue EL profesor.
Bueno, en fin, un día nos contó una historia hermosa sobre su vida, la vida de su hijo y la situación por la que pasaba. En un momento donde todos estábamos afligidos porque sabíamos que se iba a ir, lo que no sabíamos, ni supimos nunca, fue el porqué. Nos habló del tema y nos lo hizo escuchar. Terminamos todos más blanditos que nunca; y yo casi desarmándome. Todos conmovidos.
Desde ese momento, siempre que escucho este tema, se me suaviza un poquito el corazón.
Por eso lo escucho hoy, que tengo el alma en llanta. Por eso lo comparto con ustedes, para que si tienen algo de dureza adentro, la aflojen y la descarguen cantando esta canción. Abrazos.


lunes, 20 de enero de 2014

Juan Bautista Cabral

Estimados lectores: hoy les comparto la vida y hazaña (o lo que se conoce de la vida) de este héroe argentino. A modo introductorio les traigo "El Sargento Cabral" de Los Chalchaleros (de paso escuchen otra cosa distinta a las paparruchadas esas que pasan por la radio; ¡Por dios!)


Muchas veces, en los actos escolares, en eventos públicos, etc; escuchamos y repetimos la Marcha de San Lorenzo:
                "Cabral, soldado heroico
                 cubriéndose de gloria
                 cual precio a la victoria
                 su vida rinde, haciéndose inmortal.
                 Y allí, salvó su arrojo
                 la libertad naciente
                 de medio continente
                 ¡Honor, honor al gran Cabral!"

Pero, más allá de la epopeya que dicha canción patria enumera: ¿Quién fue el Sargento Cabral?

Juan Bautista Cabral nació en la localidad que hoy lo homenajea con su nombre, en Saladas, provincia de Corrientes, en 1789. Era zambo, es decir, la mezcla de un nativo de estas tierras y una africana.
Su padre, José Jacinto Cabral, era de origen guaraní y su madre, Carmen Robledo, una esclava africana. Ambos estaban al servicio del estanciero Luis Cabral; de quien adoptaron el apellido.
En 1812, el por entonces gobernador correntino, Toribio de Luzuriaga, comienza a reclutar gente para el ejército, y con tan solo 23 años de edad, Juan Bautista se incorpora, al segundo escuadrón del recién creado Cuerpo de Granaderos a Caballo, y es enviado a Buenos Aires.
El bautismo de fuego de los granaderos de San Martín, se da en la emboscada que dicho ejército – mucho menor en número - le prepara a los soldados españoles, en el Convento de San Carlos, en la localidad santafesina de San Lorenzo, a orillas del río Paraná, 3 de febrero de 1813.
Su crucial accionar tuvo lugar a poco de iniciada la batalla, cuando el fuego enemigo derribó al caballo del Coronel José de San Martín y aprisionó a éste bajo del animal. Al ver que la tropa enemiga, se acercaba con bayonetas, sin pensarlo, el soldado raso Cabral, desmontó y ayudó al coronel a incorporarse.
Lo que pasó en ese preciso momento, fue motivo de ensalzamiento popular, el boca en boca dará varias versiones sobre el hecho. Siguiendo una constante lógica, podemos decir que Cabral usa su cuerpo como escudo entre las bayonetas realistas y San Martín. Tras este acto heroico, resulta gravemente herido por lo que, una vez terminada la batalla, es llevado al comedor de un vecino, que hacía las veces de hospital de campaña, lugar donde fallece.
Luego, el propio San Martín, escribió una carta dirigida a la Asamblea General del Año XIII, y en ella comenta que en su lecho de muerte, el soldado Juan Bautista Cabral – ya anoticiado de la victoria – dice como últimas palabras: “Muero contento, mi General, hemos batido al enemigo.”
El Dato: Según Don Bartolomé Mitre, en su “Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana”, el grado de sargento le fue concedido post mortem en mérito a su arrojo en la batalla.
Como cierre: En la naciente patria, clasista, racista, en la que recién se acababa de abolir la esclavitud, el Sargento Cabral, a quien poco le interesaban los réditos aduaneros con que lucraban los porteños; analfabeto – quizás – había comprendido en lo más profundo de su alma, el sentido de “Libertad” que san Martín comenzaba a abogar por este suelo argentino.

jueves, 9 de enero de 2014

Este Nicolás... ¡Siempre tan drástico!

Hoy les traigo una curiosidad del Renacimiento italiano.
Todos podemos hablar de Il principe, del Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, de la famosa frase "el fin justifica los medios", etc. Podríamos analizar la vida política y obras de este reconocido personaje de la historiografía moderna (gran sabio y principal contribuyente en la escritura de la historia porque, Maquiavelo fue el primero que analizó la idea de poder separándola de lo "sagrado", después de diez siglos de mantenerse un enfoque histórico providencialista; por eso el concepto de revolucionario que se le atribuye a don Nicolás y, el nuevo concepto de Maquiavelismo que se crea) durante horas, días o meses. 

Pero lo que hoy les traigo no sale en ningún libro, esto es exclusivo de Historia de hoy y todos los tiempos para ustedes, mis hermanos. Así que, siéntanse privilegiados y disfruten de la otra cara de la historia, la que nadie te cuenta:


A finales de 1509 el filósofo político Niccolo Machiavelli, futuro autor de El Príncipe , tuvo un perturbador encuentro sexual con una prostituta en Lombardía. Él describió este incidente en una carta a su amigo Luigi Guicciardini. Según Maquiavelo que estaba "muy caliente y sin [su] esposa" fue atraído a la casa de una lavandera. Una vez dentro de ella le ofreció los servicios de una mujer con "una toalla sobre la cabeza y la cara":

"Ahora estaba completamente aterrorizado, sin embargo, ya que estaba solo con ella en la oscuridad, le di una buena joda. A pesar de que me encontré con sus muslos flácidos, sus genitales grasientos y un poco su aliento apestoso, mi lujuria era tan desesperada que me fui por delante y se lo di a ella de todos modos. "
Cuando su encuentro había terminado, Maquiavelo logró encontrar una lámpara y fue capaz de arrojar luz sobre la mujer:

"Dios mío, era tan fea que casi me caigo muerto ... un mechón de pelo, medio negro y medio blanco, la parte superior de su cabeza era calva que te permitía ver varios piojos dando un paseo ... Sus cejas estaban llenas de piojos; un ojo miraba hacia abajo y otro hacia arriba. Sus conductos lagrimales estaban llenos de moco... su nariz estaba torcida en una forma peculiar, las fosas nasales estaban llenas de moco y una de ellas estaba medio desaparecida. Su boca se parecía a la de Lorenzo de Medici, torcida en un lado y babeante, ya que no tenía dientes para mantener la saliva en la boca. Su labio estaba cubierta con un fino pero largo bigote.

Cuando la mujer le habló, Maquiavelo fue golpeado por su "aliento apestoso", y:

"... Me esforcé tanto en levantarme que vomité encima de ella."

Un derroche de ternura Maquiavelo, resulta empalagoso ya de tanto dulce, no? Jaja! De todas formas: ¡Yo te banco Niccolo!

lunes, 6 de enero de 2014

"¿Ves? Así: una sonrisa exactamente así"

Hola muchachos! Hoy me levanté con ganas de acariciarme un poquito el corazón releyendo (porque debe ser la vez n° 150 que lo leo) el cuento de Eduardo Sacheri "Una sonrisa exactamente así".

            Me acuerdo el día en que lo leí (en realidad lo escuché) por primera vez: Un día de frío, de mucho frío, de esos que apenas podés abrir los ojos del aire helado que los deja secos y rojos. Ocho en punto de la mañana, entraba a la hora de Literatura con el profesor más gruñón que se puede tener, a veces divertido, a veces imbancable. Ese día tocó el segundo adjetivo. Yo iba con mis ojos chiquitos, mis manos adormecidas, la nariz y las mejillas coloradas, los labios morados y el alma apagada (quizás nostálgica, quizás conmovida, qué se yo). Era uno de esos días posteriores a algún suceso inesperado que te voltea la cara de un cachetón y vos te quedás así: observando a la nada, perdido en el pensamiento, mirándote las manos abiertas y frágiles, como preguntando “¿Qué pasó?” “¿Cómo?” “¿Por qué?” y ese tipo de preguntas a las que jamás le encontrarás respuesta. Bueno, así estaba ese día para mí: gris.
            Llegué tarde, por culpa de mis piernas que pocas ganas tenían de sostenerme. Entré al aula y ahí estaba el grinch, “preguntándome” (entre comillas porque lo que menos le interesaba al tipo era mi respuesta, él quería retar, nada más, como solía hacer a cualquiera que llegase cinco minutos tarde) el motivo de mi tardanza. No respondí y seguí hacia mi lugar, volcando el cuerpo en el asiento, más pesado que nunca.
            Estaba dispuesta a dormir toda la clase, cosa poco característica en mí porque, aunque el sueño persista más que las ganas de escribir, era (es) una falta de respeto hacia la otra persona. Pero bueno, ese día no había respeto que me importe. Dejé mis cosas bajo el banco y acosté mi cabeza sobre mis brazos cruzados, cerré los ojos. Ya me parecía escuchar el gruñido del Luis: “¡Profitti, sentate bien y prestá atención!”. Me quedé esperando eso, y así, ignorar sus palabras. Pero no, eso no pasó.
           Mientras mantenía mis ojos cerrados y una revolución de pensamientos en el marote, escuché una musiquita de fondo y una voz grave que decía: “Una sonrisa exactamente así, de Eduardo Sacheri: Hasta ahora sonreíste siete veces, por supuesto que las tengo contadas...”. Seguí escuchando, esta vez con los ojos abiertos, atenta al discurso.“ Hace un rato increíblemente largo que vengo mareándote con mis palabras, por estrategia o por desesperación…” Y la cosa seguía. El relato fue enredándome en sus narraciones y yo me dejaba. Seguí con aplicación cada una de las palabras que Alejandro Apo decía. Me enganché tanto en el cuento, tanto tanto, que cuando quise acordar estaba con los ojos como dos monedas, gigantes, los codos apoyados a la mesa y el cuerpo echado encima, pero no encima de mis brazos, como hasta hace un rato; sino encima de la mesa, queriendo llegar cada vez más cerca del grabador por el que salía la voz. Estaba entusiasmada, quería saber con ansias qué seguía.
               Y así me mantuve hasta las últimas oraciones, hasta que me di cuenta que se acercaba el final, porque la historia comenzaba a tornar de tal forma que guiaba a su final feliz. En ese momento pude haber sentido un ápice de angustia, porque aquello que me mantenía alejada de aquellos tortuosos pensamientos, estaba por terminar y, en ese caso, volver a la poco deseable realidad. Pero para mi sorpresa, no fue así. Seguí escuchando el relato sin dejar pasar una sola palabra.
               Llegó el final del cuento y miré hacia mis adentros, como viendo llegar el anterior sentimiento. Pero en lugar de eso tenía el corazón animado, como optimista. Miré también mi cara y me vi los ojos grandes, en mi boca una leve semi-sonrisa, las cejas un poco levantadas. Tenía la mirada firme, no más perdida. Comprendí en ese momento que con Sacheri y Apo habíamos viajado. Quién sabe dónde, qué importa. Lo cierto es que había salido con la lectura de aquel penumbroso camino que yo misma había creado. Había escapado. Ahora me encontraba reanimada, dispuesta a seguir con tranquilidad el resto de las horas, y de los días.
            Quizás Sacheri no sea el mejor escribiendo, algunos directamente no le atribuyen el concepto de “escritor”, pero a mí me llenó el alma con un relato sencillo, como él; y para mí eso es lo que tiene que tener un escritor para considerarlo “bueno” o “malo”. Además el loco expresa a la perfección el transcurso del tiempo en el desarrollo de los hechos.
            Bueno, estimados, no los aburro más con mis experiencias personales. Acá les dejo el cuento para que lo lean (por supuesto) y así compartir el sentimiento; no sé si de la misma forma, pero un poquito por lo menos. Abrazos!


Una Sonrisa Exactamente así


 Hasta ahora sonreíste siete veces. Por supuesto que las tengo contadas. Hace un rato increíblemente largo que vengo mareándote con mis palabras, por estrategia o por desesperación, y verte sonreír es –me parece- la única huella que puede llegar a indicarme si voy bien o si estoy perdido.
La primera fue la más fácil. Las difíciles fueron desde la segunda en adelante. Tu primera sonrisa fue automática, impersonal. Fue un reflejo de la mía. Casi un acto de imitación involuntaria. Un tipo joven se acerca a tu mesa, se te planta adelante y te dice “hola” mientras sonríe y vos, que estabas absorta mirando hacia fuera, hacia la calle, volvés de tu limbo y contestás aquella sonrisa con una igual, o parecida.
A partir de entonces las cosas se complicaron. Fue mucho más difícil conseguir que soltaras la segunda. Porque este desconocido que era –que sigo siendo- yo, sin dejar de sonreír, te pidió permiso para ocupar la silla vacía de tu mesa. Unos minutos –prometí-, no demasiados. Un rato, porque tenía que decirte algo. Entonces de tu rostro se fue aquella sonrisa, la primera, la del reflejo o el saludo, la que era nada más que un eco de la mía. Y en su lugar quedaron la extrañeza, la incertidumbre, las cejas un poco fruncidas, un ápice de temor. ¿Qué quería este desconocido? ¿De dónde lo habían sacado?
Como te sostuve esa mirada, como aguanté a pie firme este bochorno precisamente por causa y por culpa de esa mirada tuya, no de esa pero sí de otra nacida de los mismos ojos –la que tenías mientras mirabas hacia fuera del café sin ver a nadie, ni a mí ni a los otros, justo cuando yo pasaba corriendo por Suipacha-, como te la sostuve, digo, vi que estabas a punto de decirme que no, que no podía sentarme a tu mesa. ¿Dónde se ha visto que una chica acepte sin más ni más a un desconocido en su mesa, sobre todo si el desconocido tiene el traje desaliñado, la corbata floja y la cara empapada de sudor, como si llevara unas cuantas cuadras lanzado a la carrera?
Ibas a decirme que no, y si no lo habías hecho aún era porque en el fondo te daba algo de pena. Fue por eso, porque se notaba en tu rostro que ibas a decirme que no, aunque te diera pena, que alcé un poco las manos como deteniéndote, y te rogué que me dejaras hablarte de los uruguayos del Maracaná.
Para eso sí que no estabas lista. No había modo de que lo estuvieras. ¿Quién hubiese podido estarlo? Te habrá sonado igual de loco que si te hubiera dicho que quería contarte sobre la elaboración de aserrín a base de manteca o sobre la inminente invasión de los marcianos. Pero la sorpresa tuvo, me parece, la virtud de desactivarte por un instante la decisión de echarme.
Y en ese instante, como en el resto de esta media hora de locos, no me quedó otra alternativa que seguir adelante. ¿Te fijaste cómo hacen los chicos chiquitos, cuando se pegan sigilosos a las piernas de sus madres mientras ellas están atareadas en otra cosa, para que los alcen a upa aunque sea por reflejo y sin distraerse de lo que están haciendo? Más o menos así me dejé caer en la silla frente a vos. Sin dejar de hablar ni de mirarte, y sin atreverme a apoyar los codos sobre la madera, como para que mi aterrizaje no fuese tan rotundo.
Para disimular no tuve más opción que lanzarme a hablar, aunque no supiese bien por dónde empezar y por dónde seguir. Arranqué por la imagen que a mí mismo me cautivó la primera vez que alguien me puso al tanto de esa historia: once jugadores vestidos de celeste en un campo de juego, rodeados por doscientos mil brasileños que los aplastan con su griterío furioso, a punto de empezar a jugar un partido que no pueden ganar nunca.
Te dije eso y tuve que hacer una pausa, porque si seguía amontonando palabras esa imagen iba a perder su fuerza. Y noté que querías seguir escuchando, y no por el arte que tengo para contar, sino porque ese es un principio tan bello y tan prometedor para una historia que a cualquiera que la escuche sólo le cabe seguir atento para enterarse de lo que pasa con esos once muchachos.
Me pareció entonces que era el momento de agregarte algunos datos que te ubicasen mejor en esa trama. Año 1950, te dije, Campeonato Mundial de Fútbol, partido final Brasil-Uruguay, Río de Janeiro, 16 de julio, tres y media de la tarde, te dije.
Esa fue la segunda vez que sonreíste. Una sonrisa extrañada, a lo mejor desconcertada, a lo peor compasiva, pero sonrisa al fin. Ya no tenías temor de que este tipo locuaz de traje gris fuese un asesino serial o un esquizofrénico. Podía ser un idiota, pero en una de esas, no. Y la historia estaba buena. Por eso te seguí pintando el panorama, y te conté que los brasileños llegaban a ese partido final después de meterle siete goles a Suecia y seis a España. Y que Uruguay le había ganado por un gol a los suecos y había empatado con los españoles. Y que con el empate le alcazaba a Brasil para ser campeón del mundo por primera vez.
Ahí yo hice otra pausa, porque me pareció que tenías datos suficientes como para que la historia fuera creciendo en tu cabeza. “¿Sabés qué les dijo un dirigente uruguayo a sus jugadores, antes de salir a jugar la final?”, te pregunté. Vos no sabías, cómo ibas a saber. “-Traten de perder por poco. Intenten no comerse más de cuatro-. Eso les dijo. Les pidió que evitaran el papelón de comerse seis o siete. ¿Te imaginás?”, te pregunté. Y vos moviste la cabeza diciendo que sí, y yo me quise morir viéndote así, porque estabas imaginando lo que yo te estaba contando, y era una estupidez, pero fue entonces, hace veinte minutos, que tuve la intuición fugaz de que era el primer diálogo que teníamos en toda la vida. Vos estabas ahí, o mejor dicho vos estabas ahí dejándome a mí también estar ahí porque te estaba contando de los uruguayos. Era esa historia la que me tenía todavía vivo en el incendio de tus ojos, y por eso te seguí contando.
Esos once muchachos vestidos de celeste entraron a cumplir con un trámite, te dije. El de perder y volverse a casa. Para eso el Maracaná recién estrenado, las portadas de los diarios impresas desde la mañana, el discurso del presidente de la FIFA felicitando a los campeones en portugués, la mayor multitud reunida jamás en una cancha, los petardos haciendo temblar el suelo.
“Con decirte –proseguí- que la banda de música que tenía que tocar el himno nacional del ganador no tenía la partitura del himno uruguayo”, y abriste mucho los ojos, y yo te pedí que no abrieras los ojos así porque podías tumbarme al suelo con la onda expansiva, y esa fue tu tercera sonrisa, con las mejillas un poco rojas asimilando el piropo cursi y suburbano. Supongo que yo –definitivamente enamorado- también me puse colorado, y salí del paso contándote el partido, o lo que se sabe del partido, o lo que no se sabe y todo el mundo ha inventado del partido. Un Brasil lanzado a lo de siempre: a triturar a sus rivales, a engullir seleccionados, a llenarle el arco de goles a todo el mundo, a sepultar rápido los noventa minutos que los separaban de la gloria. Un Uruguay chiquito, un Uruguay estorbo, un Uruguay que molesta y pospone el paraíso. Un Uruguay ordenado y prolijo que le cierra todos los agujeros y los caminos, y un primer tiempo que termina cero a cero pero es casi lo mismo porque el empate le sirve a Brasil.
“Y empieza el segundo tiempo y a los dos minutos –continué- Friaca marca un gol para Brasil”. Entonces fruncí los labios y moví las manos en ese gesto que quiere decir “listo, ya está, asunto terminado”, y que vos interpretaste a la perfección, porque te pusiste un poco triste.
“Imaginate lo que era el Maracaná después del 1 a 0”, agregué. Los uruguayos ya tenían que meter dos goles, y en realidad lo más probable era que Brasil les metiera otros cuatro antes de que esos pobres muchachos consiguieran llegar a la otra área.
Creo que ese fue el momento más difícil. No digo de esa final del Mundo. Me refiero a nuestra charla, o más bien a mi monólogo. Tal vez te suene ridículo –en realidad lo lógico es que todo esto te suene absolutamente ridículo-, pero evocar ese instante del gol de Friaca, con todo el mundo enloquecido y feliz alrededor de esos once uruguayos náufragos me hizo sentir a mí también el frío mortal de la derrota. Y estuve a punto de rendirme, de ponerme de pie, de ofrecerte la mano y despedirme con una disculpa por el tiempo que te había hecho perder. No sé si te ha ocurrido, eso de entusiasmarte hasta el paroxismo con alguna idea que apenas la echás a rodar se vuelve harina y es nada más que pegote entre los dedos. Así quedé yo en ese momento.
Pero entonces me salvó tu cuarta sonrisa. Al principio no la vi, porque me había quedado mirando tu pocillo vacío y el vaso de agua por la mitad. Por eso me preguntaste “¿Y?”, como diciendo qué pasó después, y entonces no tuve más remedio que alzar la vista y mirarte. Tenías la cabeza apoyada en la mano, y el codo en la mesa y los ojos en mí. Y tus labios todavía no habían desdibujado esa sonrisa de curiosidad, de alguien que quiere que le sigan contando el cuento.
No me quedó más remedio –o lo elegí yo, es verdad, pero a veces es más fácil elegir cuando uno piensa que no tiene más remedio- que caminar hasta el fondo del arco y buscar la pelota para volver a sacar del mediocampo. Recién, hace quince minutos, lo hice yo; en el ’50, en Río, lo hizo Obdulio Varela. El cinco. El capitán de los celestes. Te dije que según la leyenda se pasó cinco minutos discutiendo con el árbitro para enfriar el clima del estadio. Pero son tantas las leyendas de esa tarde que si te las contaba todas no iba a terminar nunca. Esos uruguayos, pobres, habrán gastado mucha más saliva, a lo largo de sus vidas, desmintiendo las fábulas de lo que no fue que relatando lo que sí pasó.
Se reanudó el partido. Y yo, contándotelo, hice más o menos lo mismo. A esa altura se supone que está todo dicho y todo hecho –te situé-: Uruguay pudo resistir el primer tiempo completo. Ahora que entró el primer gol tiene que entrar otro más, y otros dos, u otros cuatro. Ahora la historia va a enderezarse y caminar derecha hacia donde debe.
Pero el asunto se escribe de otro modo. Porque ese gol que Friaca acaba de meter no es solamente el primero de Brasil en esa tarde. También es el último. Nadie lo sabe, por supuesto. Ni los brasileños que juegan ni los brasileños que miran ni los brasileños que escuchan. Pero los once celestes sí parecen tenerlo claro.
Tan claro que siguen jugando como si nada. Como si más allá de las líneas de cal se hubiese acabado para siempre el mundo. Tal vez por eso, porque están decididos ni más ni menos que a jugar al fútbol, desborda la camiseta celeste de Ghiggia por derecha, envía el centro y Schiaffino la manda guardar en el arco de Barbosa, que no lo sabe pero acaba de empezar a morir; aunque todavía le falten cincuenta años hasta que de verdad se muera.
No sé si en otros deportes esas cosas son posibles. En el fútbol sí. Nada es para siempre, ni definitivo, ni imposible. ¿Será por eso que es tan lindo? Faltan diez, nueve minutos para que Brasil sea campeón con el empate. Pero Ghiggia se la toca a Pérez que se la devuelve profunda, como en el primer gol, por la derecha, hacia el área. El puntero celeste lo encara a Bigode y lo deja de seña, aunque se acerca peligrosamente al fondo y eso lo deja sin ángulo de disparo. Lo lógico es que Ghiggia tire el centro. Eso es lo que esperan sus compañeros, que le piden impacientes la pelota. Es lo que esperan los defensores brasileños, que tratan de marcarlos. Y es lo que espera el pobre Barbosa, que se mueve apenas hacia su derecha para anticipar el envío.
Ahí vino tu quinta sonrisa. Fue de nervios. Faltó que te pusieras de pie para ver mejor, como hacen los plateístas en la cancha en las jugadas de riesgo. Esa fue la menos mía de todas tus sonrisas. Pero no me molestó, casi al contrario. Esa sonrisa fue toda para Ghiggia, para alentarlo a lograr lo que en apariencia no podía salirle: sacar el balinazo al primer palo, meter el balón entre Barbosa y el poste. Prolongaste tu sonrisa para acompañarlo en su carrera con los brazos en alto, esa carrera a solas, a solas porque sus compañeros simplemente no pueden creer que la pelota haya entrado por donde no había sitio para que entrase.
A esa altura me faltaba contarte poco. El público enmudeció de pavor, y a los jugadores de Brasil el alma se les llenó de malezas heladas. Y ahí llegó tu sexta sonrisa. Esta fue confiada. Ya habías entendido cómo terminaba la historia. Lo único que querías era que te lo confirmase. Te agregué una última leyenda, porque aunque tal vez también esa sea mentira, de todos modos es hermosa. Con el tiempo cumplido, cayó un centro al área de Uruguay. El uruguayo Schubert Gambetta alzó los brazos y tomó la pelota con las manos. Sus compañeros se querían morir. ¿Cómo va a cometer ese penal infantil en una final del Mundo, con el tiempo cumplido? Lo increpan, lo insultan. Gambetta los mira sin entenderlos. Se defiende, tal vez a los gritos, tal vez lo hace llorando. Les dice que miren al árbitro. Les pregunta si no lo escucharon. Porque aunque parezca imposible, Gambetta es el único que ha escuchado el pitazo final. Es el único que ha sido capaz de discriminar de entre todos los ruidos –el de la pelota, el de las voces, el del pánico- el sonido del silbato. Los demás terminan por entender que es cierto: el partido ha terminado, Uruguay es campeón del mundo.
Y cuando hice un segundo de silencio después de la palabra “mundo”, tu séptima sonrisa se iluminó del todo, en el alborozo de saber que esos once muchachos de celeste habían sido capaces de saltar todas las trampas del destino para volverse a Montevideo con la Copa. La tortuga que derrota a la liebre, el mendigo hecho príncipe, David contra Goliat, pero con pelota.
Si hubiese ganado Brasil nadie se acordaría demasiado del 16 de julio de 1950. Lo normal no se recuerda casi nunca. Pero ganó Uruguay, un partido que si se hubiese jugado mil veces Uruguay debería haber perdido novecientas cincuenta y empatado cuarenta y nueve. Pero de las mil alternativas Dios quiso que cayera esta: Uruguay da el batacazo más resonante de la historia del fútbol, y más de medio siglo después yo me acerco a tu mesa y te lo cuento.
Hoy es 28 de julio. Pero si vos ahora me decís que me levante y me vaya, da lo mismo que sea 37 de noviembre. Lo del 37 de noviembre te lo dije recién, hace dos minutos, pero tu sonrisa no llegó a ser porque viste mi expresión seria y te contuviste. Porque ahora hablo más en serio que en todo el resto de esta media hora que llevo sentado enfrente tuyo. Y si vos ahora me decís que me vaya, yo me levanto, dejo tres pesos por el café, te saludo alzando una mano, me mando mudar y sigo por Suipacha para el lado de Lavalle. Y vos de nuevo te ponés a mirar por la vidriera.
Igual andá con cuidado, porque es muy probable que si reincidís en eso de mirar hacia afuera con esos ojos que tenés, otro tipo haga lo mismo que yo, se enamore y entre. Más difícil será que te cuente una historia como esta que acabo de contarte, pero algo se le ocurrirá, mientras intenta no perderte. Pero bueno, pongamos que eso no sucede, y el resto de los hombres te deja en paz, mirando hacia la calle. En ese caso, de aquí a unos minutos se te irán borrando de la memoria los tonos de mi voz y los detalles de mi cara.
Y ahora viene lo más difícil. El problema es que los uruguayos pueden acompañarme hasta aquí y nada más. De ahora en adelante es imposible. Y mirá que, para esos tipos, no parece haber muchas cosas imposibles. Pero lo que falta por hacer es asunto mío. O mío y tuyo, pero no de ellos.
Lo que me falta contarte es el final, o el principio, según se mire. Me falta hablarte de mí, hace media hora, corriendo como un loco por Suipacha hacia Corrientes. Tarde, tardísimo, porque hoy todo me salió al revés desde el momento mismo en que abrí los ojos, esta mañana. El despertador que no sonó, o que me olvidé de poner, el golpe que me di con el borde de la puerta en plena frente, los dos colectivos que pasaron llenos y me dejaron de seña en la parada, el subte que fui a tomar desesperado por no llegar tardísimo al trabajo y que hizo que fuera corriendo por Suipacha desde Rivadavia y no desde Paraguay, y el semáforo de Corrientes que pasa al verde diez segundos antes de que llegue a la esquina y los autos que arrancan y yo que me agacho con las manos sobre los muslos intentando recuperar un poco el aliento, mientras giro de espaldas a la calle y me topo con el bar y con tu codo en la mesa y tu cabeza en la mano y tu mirada en el vidrio pero viendo nada.
No importa lo primero que pensé al verte. O sí, pero no es el momento. Tal vez haya oportunidad, alguna vez, de decírtelo. Depende.
 Lo que sí puedo contarte es que en ese momento, mientras me asaltaba el dilema de volverme hacia Corrientes y seguir corriendo hasta Lavalle o entrar a encararte es que vinieron los uruguayos. Llegaron en ese momento. Los once: Máspoli; González y Tejera; Gambetta, Varela y Rodríguez; Ghiggia, Pérez, Migue, Schiaffino y Morán.
Te parecerá tonto, pero esos uruguayos del Maracaná me sirven de talismán. No siempre. Sólo recurro a ellos en situaciones difíciles. A veces recito la formación, como rezando. O me los imagino en el momento de entrar a la cancha con cara de “griten todo lo que quieran, que nos importa un carajo”. O lo veo a Ghiggia en el momento de meter el balón por el ojo incrédulo de la aguja de Barbosa. Si Uruguay pudo en el ’50, me dije... en una de esas quién te dice.
Por eso me desentendí del semáforo y de la calle Corrientes y entré al bar y caminé hasta tu mesa y te sonreí y vos, por reflejo, me devolviste tu primera sonrisa. Pero como te dije hace un rato el problema no son tus primeras siete sonrisas. El asunto es la que viene.
Tengo novecientas noventa y nueve chances de que me digas que me vaya, y una sola de que me pidas que me quede.
Porque ponele que yo ahora termino y vos sonreís: alguien lo mira de afuera y puede decir “¿Y qué tiene que ver que sonría? Puede sonreír porque piensa que estás loco, o que sos un tarado”, y es cierto, puede ser por eso. Y en una de esas es verdad.
Pero también puede ser que no, que sonrías porque te gusté, o porque te gustó la historia que acabo de contarte. O las dos cosas: a lo mejor te gustamos mi historia y yo, y a lo mejor te estás diciendo que en una de esas para vos también este es un día especial. Un día distinto, ese día diferente a todos los otros días en que las cosas se salen de la lógica y la vida cambia para siempre, y a lo mejor pensás eso a medida que yo te lo digo y en tu cabeza se abre la pregunta de si no será una buena idea seguirme la corriente, por lo menos hasta dentro de medio minuto cuanto te invite al cine y a cenar, o hasta dentro de un mes o hasta dentro de un año o hasta dentro de cuarenta.
Y puede que ahora sonrías una sonrisa que me indique a mí, que llevo media hora intentando leer las señales de tu rostro, que hoy no sonó el despertador y me pegué con el filo de la puerta y perdí los colectivos y corrí hasta el subte y vine corriendo desde Rivadavia y me cortó el semáforo y giré y vos estabas sentada en el café nada más que para esto, para que yo me atreva a rozar tu mano con la mía y vos de un respingo y me mires a los ojos con tus ojos como lunas y yo te sonría y vos también me sonrías, pero no con una sonrisa cualquiera sino con esta que te digo y que vos estás empezando a poner, ¿ves? Así: una sonrisa exactamente así.


 Eduardo Sacheri